Mi hogar... Mi casa. Donde me he criado y he visto llover, salir el sol y entrar la noche con la luz de la luna atravesando los cristales que protegían mi hogar... Ese lugar, esas paredes coloreadas con ilusión, ese suelo en el que me revolcaba, ese techo que miraba cada noche al dormir envuelto en dulces sábanas de amor de madre y en una cálida habitación donde soñar y dejar las preocupaciones a un lado... En mi hogar... Que ya no es mi hogar. El salón de casa y la misma puerta que se convirtieron en un fuerte; en una resistencia ante esos perros policías por la amenaza de una orden de desahucio.
Mi hogar... Que ahora es un infierno vacío, frío como un invierno en Groenlandia. Mi hogar... Un reino con los reyes destronados. Reyes en paro que no pueden pagar una cifra mensual. Hace ya cuatro años de esa mañana en la que nos echaron de nuestra casa... Rompiendo los recuerdos de mi abuela, de mi madre, de mis dos hermanas pequeñas. A porrazos y a golpes... Y el primer policía que golpeó la puerta; era mi padre.
Ya no queda nada; solo sombras de lo que fue esa casa, el amor y los abrazos que aún seguirán ahí. El olor a hogar debe haber desaparecido. Tan sola y desolada, como la luna sin nadie que la guarde cada noche... Cuatro años sin hogar; sin techo. Cuatro años interminables durmiendo en pensiones de acogida. Cuatro años y... Cada vez que pienso en mi hogar, lo recuerdo como si fuese ayer; con la alegría de las risas de mis hermanas y la calefacción dando abrazos cálidos y acogedores. El despertar en la mañana y ese aroma a café en la cocina, donde mi madre preparaba cuidadosamente unas doradas tostadas con mantequilla para desayunar antes de irme a estudiar, mientras mis hermanas estaban en sus camas descansando placidamente, sin preocupaciones de tener que hacer nada...
Ahora tienen seis años y son conscientes de la situación que tenemos; conscientes de que su mismo padre fue quien nos echó de la casa seguido de otros policías que se limitaban a cumplir órdenes. A acatar normas y reglas, duras reglas, ignorando todo tipo de sentimientos de los dueños de esa casa.
"Dueños"... No somos dueños de nada, solo falta que nos cobren por soñar, de ser así ya ni soñar podríamos. Aún amanece gratis, al menos para algunos, aún salir a calle no cuesta la vida.
El desahucio de un hogar afecta a uno mismo; te quitan tu hogar y pierdes todo tipo de dignidad, de identidad, de razón de ser algo en la vida. Dejas de luchar por aquello que creías que era importante, pues sin un techo bajo el que ocultarse y bajo el que contar la lucha que creías que era importante ya simplemente, dejas de pensar, dejas de luchar y dejas de vivir honestamente.
Sientes odio, impotencia, melancolía... La miel del recuerdo ahora sabe amarga, y el azúcar de tu vida no da dulzura... Sino amargura, asco y repugnancia, amargo como hiel. Un desahuciado, el rey de su hogar que ha sido echado, destronado, el preso al que le roban la libertad, el pajarillo al que enjaulas; eso soy.
Eso somos... Desahuciados y desamparados, ignorados por la ley, ignorados por la justicia... Que la protesta sea el grito mas fuerte en la noche mas silenciada... Gritar al viento que: "Sí, somos desahuciados, pero ante todo somos una familia, somos personas, no somos una cifra cada final de mes".
Lo malo de la vida es que luchamos, luchamos, luchamos y luchamos por unos metros cuadrados de más y luego... Simplemente somos dueños de una caja de pino de tan solo dos metros... Pero mientras sigamos vivos... Que la lucha continúe, y que la guerra de vivir y luchar por una vivienda digna no cese.
Marcos Kinner.
26 Julio 2013.
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