jueves, 21 de agosto de 2014

Maldita Navaja

Y pensar que por culpa de una navaja... ¡Maldita navaja!

Desperté algo mareado. Es normal, la noche anterior habíamos fumado mucho, así que fui a casa de mi madre.
Era evidente que necesitaba algo para la resaca. era Domingo, y al día siguiente tenía que currar, qué pereza... tener que ir con mi primo a trabajar al campo, pero bueno no hay otra cosa, al menos me saco dinero en limpio para mis cuatro tonterías y mis gastos tontos.

Fui camino a casa de mi madre, pero mi coche estaba en el taller, así que pillé mi moto, tengo una Kawasaki Ninja, no me preguntéis de dónde la he sacado, fue otro tiempo. Hace unos seis años, por aquélla época yo hacía cosas que...en fin, que ahora no hago.

Llegué a casa de mi madre resacoso y fumado... La que me calló encima.... menuda bronca.
¿Sabéis lo qué es un Pitbull mezclado con nervios y mala leche mañanera? Pues mas o menos eso era mi madre. Entre la resaca, el dolor de cabeza de fumar, y la voz estridente de mi madre que no paraba de llamarme golfo, callejero y cosas así me estaba taladrando el cerebro... Yo paso de ella, sólo quiero que se relaje como suele hacerlo cuando se le ignora, que me dé una pastilla para la maldita cabeza que me da vueltas y acostarme si Dios quiere hasta mañana. Sin desayunar, comer, merendar ni cenar.

Tardó lo suyo en calmarse, pero al final se calmó, así que me tomé mi pastilla mientras me dijo: "Corre, corre a dormir golfo". Esta mujer me tiene amargado, a veces pienso que estaría mejor en la cárcel. Pero eso, a veces sólo lo pienso. Por lo menos tendría a mi viejo allí, con él si me llevo bien, medio bien... bueno, no tan mal...

Dormí lo suficiente hasta las seis de la madrugada, empezábamos a currar a las ocho, me vestí, desayuné una tostada y para empezar bien la mañana no podía faltar mi hachís, mi soldadito de la muerte mañanero, iba a pillar la moto para salir al curro pero encontré a mi madre de buenas limpiándome la moto... "para una vez que está de buenas y limpiándome la burra no lo estropees." Me dije mentalmente.
Así qué me fui y pillé un taxi. ¡Qué cosa más rara! Jamás había montado en uno, mientras espero a ver un taxi y tal, saco una navaja para partir un poco de chocolate traído de marruecos metido en el culo de mi primo, las cosas mejor en familia ¿no?
Me lo preparo pero viene el taxi antes, así que me guardo el peta y la navaja, que ademas era nueva, ese había sido su primer uso, el taxi me lleva a Marismilla, olor a hierba nada mas bajar del taxi que da la vuelta deprisa...
Llevo unas cuatro horas vareando olivos y en mitad del descanso a eso de la una y algo de la tarde me pongo a comer y me fumo mi porrito de la tarde. Busco mi navaja pero no la encuentro, necesito encontrarla para cortar cuerda pero no la encuentro.
Bueno, ni siquiera me da tiempo empezar cuando vienen dos picoletos, con su cochecito de la pasma y con gafas de sol.

Oigo que dicen mi nombre: "Ricardo Fernández, Ricardo Fernández". Repiten una y otra vez, seré el único, pensé. Tiré mi chivatito de hierba que olía a varios metros y dirigí mi vista hacia ellos y les dije: "soy yo, ¿algun problema jefe?"
"Las preguntas las hago yo si no le importa". Me contestó el pavo, ya sabía que no iba a ir muy bien ese día. Me llevan al cuartel y por el camino pongo atención y oído a la llamada que hace el copiloto, y creo que debe ser un error, pero me acusan de asesinato... estoy nervioso, colocado, y con todo en mi contra, pero todo tendrá una explicación... Que la tiene.

Me salva el cuello un taxista Inglés que da testimonio y su versión exacta, pues fue el único testigo ocular, al parecer después de mí, subió al taxi un tío que según el taxista Matthew, (que era inglés) le insultó varias veces diciéndole insultos racistas. O sea tenía a un racista a bordo detrás suya, describió sus pintas como de matón callejero de película, gorrito negro ajustado camisa gris interior y chaleco con gorro y guantes negros en las manos y unos fuertes brazos tatuados con símbolos racistas, entre ellos una cruz esbástica y la hoz soviética y el martillo, mismamente ruso también. Si no fuese bastante, en un paso de cebra varias manzanas mas allá subió al taxi un hombre trajeado, quizás ejecutivo, quizás abogado, no se sabe, lo único que se sabe es que a nuestro amigo el racista no le sentó nada bien... ¿Por qué? porque este hombre trajeado y probablemente adinerado era... efectivamente de color también.
Nuestro amigo el racista se quedó mirándolo descaradamente hasta que este hombre de color, que no llevaba un buen día le dijo, ¿Qué miras tanto? ¿Tengo monos en la cara o qué?

A lo que nuestro amigo el skinhead lo insultó diciéndole que no tenía monos en la cara, sino que tenía cara de mono. Insulto tras insulto la tensión se apoderó del taxi. El taxista paró para hacer que dejasen de pelearse y discutir hasta que, Dan; que así se llamaba el hombre negro le dio un puñetazo a Javier; nuestro amigo el racista, para que hizo eso el inocente de Dan... Con ese puñetazo, que por otra parte, está bien propinado, hizo que Javi se encolerizase muchísimo. Éste exaltado y excitado miró hacia el suelo en un momento de indecisión y encontró una navaja. Dándole varias puñaladas a Dan, dejándole morir lentamente allí mismo. Nuestro amigo Javier el racista skinhead se dio a la fuga...
Nada de huellas pues afuera hacía frío, de modo que tenía guantes. La navaja era mía y tenía mis huellas, por eso ¿A quién quisieron complicarle la vida? ¡Bingo! Blanco y en botella es leche, y yo era un tetra brik de leche que ademas iba súper fumado y con antecedentes de robo y amenazas...

Finalmente demostré que no era yo gracias a varios testigos y sobre todo al taxista.
Pasado un mes pillaron a ese tal Javi, si pudiese matarlo... ¡Qué mal rato pasé por ese imbécil!
Llegué a casa ese día y sí, mi madre es bipolar... se ponía como de costumbre a insultar y a ser... en fin, a ser ella... Eso que pensaba que mejor la cárcel que esto... ¡ay! Qué equivocado estaba... no he estado dentro, pero solo pensarlo... ¡bendita sea mi madre con sus insultos y sus gritos agudos!
Ah por cierto, después de varios juicios y tras haberse dejado claro que ese había sido el arma del crimen... me devolvieron mi navaja, aunque podían reclamarla si hay que volver a enseñarla como prueba, mientras tanto... me he echo taxista. Ya no fumo, estoy limpio, tanto mi expediente como yo... Eso sí, para que no haya errores, la navaja se queda en casa.

jueves, 14 de agosto de 2014

La Historia De Un Artista

Tengo ochenta y dos años. Me llamo Sebastián.
Tuve una infancia difícil, trabajando mucho. Demasiados sacrificios, demasiadas noches sin comer...

En mi época había demasiada hambre, no es cómo ahora que todo marcha más o menos bien. Antes bajo el mandato de Franco, España andaba sumida en la mas profunda miseria.
Dediqué gran parte de mi vida a tocar instrumentos por la calle; en Gran Vía el frío dejaba mis manos heladas, y por contraposición en Plaza Nueva de Sevilla las altas temperaturas y ese apremiante ambiente de calor nos dejaba cansados y asfixiados de calor a mi mujer y a mí.

Dediqué mi vida a eso, largos años junto a ella y cuidando de mis dos niños y mis dos niñas.
Una tarde de 1963 hacía tanto frío que mi mujer no podía darle el biberón a mi hija, la que ahora es la mayor. Era algo frustrante... No podía darle el biberón pues por más que calentaba la leche no pasaban dos o tres minutos y ya estaba fría.

En plena calle con la cría en brazos pidiendo la voluntad, la llamada voluntad. Fueron años duros, sobre todo ese frío invierno en la capital de Burgos. Después vino el segundo, y con éste su mellizo, fue una sorpresa agridulce;  dulce por que fueron dos niños sanos, fuertes y preciosos. Y agria porque apenas podíamos mantener a la pequeña Andrea cuando aparecieron por partida doble Diego y Raúl.

Las cosas cambiaron. A peor claramente... Toda o casi toda nuestra familia era del mismo gremio. Gente de circo, payasos, domadores, quizá incultos pero personas normales y corrientes. Y respetuosas como las demás. Pero Franco y sus perros sarnosos no entendían de nuestra profesión, que ademas era honrada, y dentro de lo que cabía en aquella época llevábamos toda la parafernalia medio en condiciones. A pesar de apenas saber leer casi todos teníamos carné. Eso sí, de cinco o seis camiones viejos sólo uno tenía papeles al día, pero aún así llegábamos a Madrid, simplemente a buscarnos la vida.
No dio tiempo a empezar a preparar el telón del llamativo circo cuando venían los del tricornio y el caballo y esas apretadas botas negras a echarnos de la zona, que además era una zona bastante pobre, rodeada de chabolas y barrios marginales. Ahora se ve en televisión cómo por algún canal de interés público te enseñan de arriba a abajo las cosas bonitas de el núcleo urbano de Madrid o de otra ciudad, pero no verás como ponen las tres mil viviendas en Sevilla o la cañada en el mismo Madrid.

Y así; dando tumbos una vez tras otra, logramos parar en Pontevedra donde una buena noticia se cubre con otra mala. Al parecer, al ir tocando los instrumentos por la calle y haciendo teatro o circo a cielo abierto, lo que conocemos como "lichas", pues se me acercó un hombre trajeado y repeinado que estaba tomándose una cerveza en el bar enfrente de la acera donde actuábamos. Tras mucho mirarnos se levantó de esa silla y colocándose la corbata se acercó a mí, me extendió la mano y me dijo:
"buenas, quiero hablar con tu jefe".
Le dije que no había jefe. Que esta recortada banda de artistas éramos todos familia. Mis dos primos, sus mujeres y sus niños. Mi mujer, mis niños y yo. Aquel hombre estaba interesado en llevarme a una compañía de teatro que se extendía por España y por cuatro países cercanos. No me lo pensé demasiado, esa era la noticia buena.
La mala es que sólo quería que yo me uniese a la banda teatral que estaba preparando, decía que mi mujer no podía venir ya que estaba embarazada, así que esta vez tampoco me lo pensé demasiado. Le dije que no, a sabiendas de que era un sueldo bastante tentador. El hombre quedó insatisfecho pero con curiosidad me preguntó:
"¿Por que si ella no va, usted se niega?".
A lo que le respondí que la familia es más importante que todos los tesoros que uno pueda tener. El hombre me miró con su mano apoyada en mi hombro. "¿Tiene frío?". Me dijo.
"Sí, un poco". Le dije yo.
Me dio su bufanda roja. Estrechó mi mano y me dijo "Buen hombre, que le vaya bien y que tenga usted buenas tardes todos los días de su vida".
Le dí las gracias por la bufanda y por la oportunidad que casi cojo, pero como pez en el agua solo vi el anzuelo. No llegué a morderlo.

Ya nació la pequeña Adriana. Llamada como su madre. Pero seguíamos en lo mismo. Es más, incluso con más localidades en las que actuar, pero siempre igual; frío invierno, cálido verano, con sus dos estaciones reguladoras de por medio, el otoño y la primavera, en la que mi primo José cogió la costumbre de llegar cada día borracho a su casa... Bueno, a su camión. No cumplía con su parte, el era el faquir: el que se prende fuego la piel y pisa cristales y clavos entre otras cosas. Así que la gente se quedaba sin esa parte y la tenía que rellenar yo con dos perros que había adiestrado para que saltasen por unos aros y pasasen por debajo de mis piernas, mi hija Andrea ya con once años ya pasaba el plato, es decir pedía la voluntad a las personas que asistían a ver el humilde espectáculo.
Pasaron unos meses y mi primo José, tiene un accidente de coche. Iba ebrio. Para su fortuna sale vivo de esta pero queda en silla de ruedas, ya tengo otro número de circo que cubrir, me hago faquir para cubrirle a él mientras mis mellizos ya cumplen los doce y Andrea los catorce. Andrea ahora se decanta por tomar en serio sus estudios y se va con mi hermana Loli a vivir temporalmente para estudiar, quiere ser de todo menos farachera, así nos llamamos los artistas. Dice que no quiere ser como yo. Que con tan solo catorce años tu hija te diga eso le provoca a uno un dolor interno que no se explica con palabras... Lloro amargamente. A escondidas claro está. Me debo a mi público y hay que hacerles felices aunque uno no pueda con su dolor. Paradojas...

Los mellizos aún siguen con nosotros y ellos solos se preparan un número acrobático de saltos mortales que hace dejar boquiabiertos a la gente de cada pueblo que visitamos.
Pero así también, pasan unos años y pisamos Jerez, Andrea ya va a entrar en la universidad y no quiere saber nada de su madre y su padre, ahora se junta con gente que creen ser de alta alcurnia.

Tras unos meses en Jerez, Raúl: mi hijo mellizo me comenta que tiene una novia ahí en Jerez y que le echase la bendición, o le diese permiso para quedarse ahí con ella. Ya tiene dieciocho años... ¿Qué puedo hacer?... Que siga su camino y si se equivoca allá él. Me llevo de él un beso en la mejilla y un abrazo; lo mismo que a su madre.
Buscamos un ayudante para Diego, mi otro mellizo, pero este también me comenta que se va a Francia a la vendimia y de ahí a ganar lo suficiente para ir a un casting de un circo francés. No se qué del Soleil. Así que mi mujer y yo nos quedamos prácticamente solos con Adriana que tenía ya once años... ¡Cómo pasa el tiempo!

Nos unimos a dos familias conocidas, a una familia de Gitanos Portugueses y a otra familia que si era de nuestra misma sangre. Una prima segunda con su marido y tres niños. Vuelve a crecer la compañía teatral, con lo que ganamos lo suficiente en tres años para comprarnos una casa en Pontevedra.
Pero no es una casa... Es más que eso. Un techo, un hogar, una casa sencilla pero era nuestra, pasamos de ir en camiones, a ir en caravanas, a estar en una casa. Aún así a un farachero le tira más la sangre que los lujos, y seguí guardando la caravana.
Para mí los lujos... Para mi no eran más que tener un grifo de agua caliente para bañarnos, luz y gas para no tener que cocinar en calle y una cama para mi mujer y para mí solos a la luz de una chimenea. Eso era para nosotros los lujos.

La pequeña Adriana dormía en otra habitación y quería reunirse con todos los hermanos para comer en casa. Cogió dinero para ir a una cabina y llamarlos. Adriana vino destrozada. Dijo que Andrea estaba de exámenes finales y no tenía tiempo, que Raúl estaba de subdirector en una empresa de aceites de Jerez, y que estaba atareado, y la mujer de Diego cogió el teléfono y le dijo que ya estaba de gira por Europa con ese famoso circo. Le dí un abrazo y le dije que si ellos iban a su bola ella también lo hiciese. Cargué mi carro con mi órgano eléctrico y un par de altavoces viejos para irme al centro de la ciudad con mi amigo, el gitano merchero y el marido de mi prima, a tocar un poco. Hace frío, no demasiado pero me pongo mi bufanda roja, la de la suerte, esa que me dio ese hombre de ese mismo pueblo, y seguimos caminando hasta llegar. Comenzamos a preparar el cableado de los altavoces al órgano, una trompeta y una pandereta que lleva mi amigo el merchero, después de dos horas ahí, vamos a ir a otro sitio y mientras estábamos recogiendo se acerca un hombre que me dice: "Espero que te haya servido esa bufanda despues de tantos años".
Y allí estaba de nuevo cómo ángel ayudante. Comenzamos a hablar a solas, sobre la familia, como iban las cosas, sobre la política. Varios temas combinados de dos o tres cafés que tuve la cortesía de pagar, el hombre no se andaba por las ramas. Dice que quiere representar mi carrera ahora más que antes.
"Iluso". le llamé, yo ya estaba acabado pero ese hombre insistió, lo consulté con la almohada y con mi mujer. El hombre nos lo pagaba todo; casa en Madrid, se encargaba de mi carrera... Me dediqué en breve al teatro, de actor cómico de teatro, aquel hombre creía en mí, y yo como pececillo, esta vez si mordí el anzuelo.
En la brevedad de tres años mi nombre llegó a ser conocido más allá de las fronteras ibéricas con el estreno de la obra de teatro "Mi bufanda roja". escrita, dirigida y compuesta por mí mismo. Qué más tarde se llevaría a la gran pantalla.

Aquel hombre creyó en mí así que cuando gané dos Goya ese mismo año por esa producción agradecí a él mas que a nadie el haber llegado hasta aquí hoy.
Felicidad... Es una palabra fácil de pronunciar y difícil de hacerla brotar. Mi mujer fallece a causa de un derrame cerebral dos años después de que Adriana decidiera irse a vivir sola con dos amigas estudiantes, a pesar de que vive con sus amigas pasaba más tiempo con nosotros. En el entierro estamos congregados un montón de familiares, incluso mis otros tres hijos, los mellizos y Andrea, vienen, me dan un beso y el pésame. Tiran una simple rosa al frío hueco que deja ver la tumba cuando se dirigen a Adriana. Esta le da las espaldas, después de tantos años no son sus hermanos, ni son mis hijos, yo solo tengo a Adriana de hija. Ellos no son mis hijos, sus mujeres no son mis nueras y sus hijos sintiéndolo mucho no son mis nietos. Sólo tendré nietos cuando Adriana tenga hijos, sólo tendre yerno cuando ella decida casarse.

A pesar de que está estudiando decide dejar de vivir con sus amigas para venirse conmigo, no quiere dejarme sólo en estos momentos, me anima y me ayuda mucho con su sonrisa, es la viva imagen de su madre, me llena de paz tenerla aquí ayudándome, colaborando en ayudarme con las obras de teatro que quiero preparar para la proxima temporada.

Pero lamentablemente... No habrá próxima temporada. Al menos para mí, me diagnostican cáncer. Y paso el resto de mi vida jubilado y haciendo cosas de viejo, eso sí ayudado durante casi dos décadas de mi hija Adriana que se ha titulado de médico forense. Me ayuda cada día a hacer mis cuatro cosillas.
A diario toco el piano, pinto y sobre todo, la partida de dominó con los amigos de la compañía, día tras día que parece copia del anterior pero aún así tengo mi tiempo para viajar con Adriana a conocer otros países o a llevarla a zonas donde yo me ganaba la vida.

La vida, ya esta mas que ganada y pagada y ya mismo finaliza mi contrato con ella, me encuentro en el hospital... con suero, cuentagotas, y muy agotado. Abro los ojos con mucho trabajo y la cabeza me da vueltas, distingo ver a Adriana, y poco a poco veo a otras tres personas, mis tres hijos, Andrea, Raúl y Diego, que con falsas palabras y falsos besos esperan impacientes mi muerte para quedarse con mi alargada herencia. Lo que no saben es que ya está todo preparado, todo hablado, desde que me diagnosticaron el Cáncer ordené el testamento para que todas mis posesiones pasasen a Adriana, sonrío un poco para hacerme el simpático, pero se quedaran sin nada, vienen al dinero como la mosca a la mierda, pero ya está todo hecho, Adriana sabe que heredará todo y mientras estos tres desconocidos haciendo la pelota con cara de primos...
Los tigres viejos que presienten el fin son los mas fieros, y mueren peleando. Soy un tigre viendo frente a frente a una camada de tigres hambrientos y violentos y sin duda es mi final... Pero una tigresa saldrá en mi defensa, esa es Adriana que cuando yo haya muerto, más o menos dos días los dejará en jaque a los tres habiendo heredado todo ella.

Perdí a mí mujer y a tres hijos, en cambio gané a una hija que era la viva imagen de mi mujer, y que me cuidó hasta mi último aliento de vida. Mi bufanda roja se la quedará ella, es de un valor sentimental incalculable, solo Adriana llorará mi perdida cuando me haya ido en la brevedad máxima de dos días. Los otros tres... Solamente esperarán hasta estar ante notario para ver si se reparten la herencia, pero tengo la conciencia tranquila. Cierro mis ojos, respiro hasta que pueda y... intento dormir esperando no volver a despertar...

jueves, 7 de agosto de 2014

Mi interminable lista de deseos

Desperté un día cualquiera.
Camino al trabajo. En mi rostro un gesto cansado y en mi maleta papeles desordenados, todo el día la misma rutina; levantarse a las séis de la madrugada. Lavarme la cara. Vestirme, tomarme un café rapidito, lavarme los dientes y ponerme la corbata. Cosa que, por otro lado detesto.
Ese es el día a día de mi vida, en las horas muertas del trabajo pienso a solas en irme lejos; en volar cual pajarillo.
Apoyo mi cabeza al cristal de mi ventana en la oficina y veo pasar todo tipo de aves volando en forma de uve, como todas suelen hacerlo.
Volar, uno de los mayores deseos del ser humano.
Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha soñado con volar. Tenemos paracaídas, parapentes, aviones... y muchas formas más de simular un vuelo, pero ninguno tan real como el de las aves. Todos alguna vez en su vida han querido como mínimo tres cosas: Volar, ser inmortal y ser rico. Así de codiciosos somos.
Las dos primeras son imposibles, estoy trabajando de publicista para conseguir la tercera, y cada vez lo veo más dificil, así es mi día a día, pudiendo volar al menos con la mente.

Salí del trabajo. Fuera estaba lloviendo. Como casi cada día, no tengo el coche, me lo están arreglando así que camino unas manzanas hasta el metro, y en el camino empieza a llover más y más fuerte, del cielo suele caer agua, como es normal, pero esa vez vi caer del cielo una lámpara a unos diez metros de mí. Fui hacia ella, miré hacia arriba a un edificio que estaba en obras por esa calle, pensé que se les había caído. Mi intención iba a ser devolverla pero me llamó mucho la atención así que desobedeciendo mi ética; me la quedé.
Era muy vieja, estaba sucia, tenía un color dorado y fuertemente apagado. Era una lámpara del tipo de las películas infantiles en las que sale un genio y te concede tres deseos, algo ridículo e imposible, La llevé a casa y mientras se hacía la lasagna en el horno, la llevé al cuarto de baño para lavarla bien.
Vi una inscripción en Árabe en la parte trasera de la misma, no le presté mucha atención.
Me pongo a cenar y esa lámpara me tiene obsesionado, dejo el plato a medias y con esa lámpara en mis manos busco en el traductor lo que dice esa inscripción. No encuentro nada, busco en todas partes y todos los traductores y nada, no doy con ningún detalle ni pista sobre esa lámpara, como si fuese un crío cegado por la emoción comienzo a frotarla, pero nada, no existe la magia. Dejo la lámpara sobre mi mesa de noche, y se me viene la idea de que es una lámpara magnífica para echarle aceite en su interior y prenderle fuego para que iluminase un poco la oscura habitación.
Me levanto descalzo; el suelo está frío, me pongo unas zapatillas y me dirijo hasta la cocina a por cerillas y aceite, relleno la lampara hasta rebosar y prendo fuego con una cerilla a una piedra empapada en aceite que la lámpara tiene en su parte superior. Escucho crujir la lámpara, de repente ante mi vista la lámpara se derrite, creo que soy presa de una fuerte alucinación debido a las pastillas para dormir o de algún sueño.
Luego ante mi vista una vez derretida sobre el suelo de mi piso comienza a moverse en el suelo dibujando letras, distingo ver un "Hola" en ese momento supe que debía ser un sueño pero aún así continué con esa rara situación en la que me hallaba inmerso,
Una parte de ese aceite y de esa lámpara derretida se acerca a mí, al parecer debía responder, o eso creí. De modo que con los dedos dibuje un "Hola" de vuelta.
Sea lo que fuese no era muy normal, en el suelo se volvía a escribir, esta vez me dijo "¿quieres jugar?"
Eso me asustó mucho, ¿Cómo podía suceder aquéllo?

Escribí que sí, que continuásemos.

Me dijo que era un niño de once años y que la inscripción de la parte trasera era su nombre, se llamaba Gadif Al-Sah. Me dijo que era de otro planeta y que la inscripción no era Árabe sino Genirina, era un país de su mundo. Según él su mundo se llamaba Ganius.
Su labor era que me concedería sólo tres deseos pero que pidiese lo que quisiera, sea un sueño o no hay que aprovechar la oportunidad.
Aparte me dijo que allá en su mundo todos al cumplir once años deben ayudar con la lámpara de los deseos a algún humano que sea de corazón bueno y de mente clara, pues de la ilusión humana dependía la existencia de los Ganianos
.
¿Porqué yo? Fue lo que pensé,
No hallé respuesta, no me contestó. Pero continué con la pantomima de los deseos, no paraba de pensarlo así que creo que lo tenía claro, mi primer deseo fue volar, el me lo concedió, dice que los deseos se cumplen pasadas ocho horas (tiempo suficiente para extraerme esencia de ilusión).

Mi segundo deseo iba a ser pedir ser inmortal, pero no, elegí vivir eternamente, aunque no veáis la diferencia os la explico; veréis: al inmortal le das un tiro y no muere, al que vive eternamente si le das un tiro muere, es mortal, quiero vivir con vulnerabilidades, sería muy aburrido ser inmortal.

No paraba de darle vueltas al tercer y último deseo, pensaba en ser rico, pero, ya lo era, viviré eternamente y podré volar, así tras darle vueltas pedí mi tercer deseo, me procedía a escribirlo en el suelo, puse algo que pocos piensan, mi tercer deseo fue tener deseos infinitos. El joven Gadif dijo que no era posible, pero de no concederlo el moriría, tuvo que concedérmelo, fue un error a la burocracia cósmica y que ese tercer deseo podría poner en peligro su mundo, pues su existencia depende de la fe e ilusión humana en los deseos.
¿Quién no ha depositado fe o ilusión en que gane su equipo de futbol o en ganar la lotería?
Ellos son los creadores de muchos deportes y otras formas de derrochar ilusión, inventaron la política y sus mentiras pintadas de ilusiones hace ya veinticinco centurias antes de nuestra existencia, son vulgares traficantes de ilusión, pero yo con ese tercer deseo fui egoísta lo reconozco, pero tan solo fue un sueño.
Desperté como cada día y la lámpara estaba en su sitio, estaba todo bien, en el suelo ni una gota de aceite ni de lámpara derretida.
Me dirigía al trabajo andando, iba a coger el metro de nuevo hasta que miré al cielo y pensé en volar... fue simplemente pensarlo y mis pies se despegaron del suelo ante la mirada atónita de todo el mundo que decían: "¿¡Mirad eso, puede volar!"

Sentía la velocidad en mi cara, aire fuerte a una altura considerable de unos ochenta metros, perdí un zapato, se me descolocó la corbata y el peinado, se me cayó la maleta golpeando a un perro, menudo susto se dio el pobre animal.
Llegué a la oficina con mas pinta de indigente que de publicista. Me costó mucho frenar, tanto que rompí la ventana de mi despacho y el sonido de los cristales contra el suelo sonó en toda la planta.
Mi jefe vino con la típica actitud de un jefe enfadado y venía dispuesto a despedirme, me adelanté y le dije que me iba ante las miradas de mis compañeros, me despedí de esa oficina que me estaba comiendo la vida.
La alegría me recorría el cuerpo y la adrenalina se reflejaba en mi rostro, tanto que se me olvido pensar en mi segundo deseo: ¡VOY A VIVIR ETERNAMENTE!
voy súper deprisa, me siento Superman; paso de estar en Nueva York, a estar en Málaga sobrevolando la costa del sol en cosa de cuarenta minutos.
Mi tercer deseo era el más excitante; tenía deseos infinitos, lo primero que pensé fue ayudar a los demás, como ex-publicista, tenía mis contactos, puse un cartel de publicidad gigantesco en mi nueva casa, una mansión de unos cuatro kilómetros cuadrados, no hay nada que los deseos no puedan hacer.
Todos los días recibía oleadas de cientos de personas, ya comenzaba a agobiarme pero quería seguir ayudando así que me organicé; marqué un horario de visita, los Martes de diez a dos, y dos ayudantes que me descolapsen un poco la cola de gente. Y los jueves decidí irme a Ganius, el mundo de Gadif, puesto que ellos no pueden concederse deseos entre sí, yo:mediante Gadif, ayudaba a los demás.
Gadif me dio libre albedrío y puedo conceder los deseos tanto míos cómo los de la gente sin necesidad de que Gadif esté presente.
Arreglamos el tema de los problemas que había allí, problemas por lo de pedir demasiados deseos, a lo primero me etiquetaron de egoísta por pedir demasiados deseos, luego dijeron de mí que era el que se anunciaba en su profecia, el qué traería el equilibrio al universo haciendo el bien, Gadif fue coronado rey honorífico ya que, el joven Gadif acertó conmigo. Ahora las calles en nuestro mundo están llenas de alegría; no hay corrupción, ni hambre, ni estrés, ni gente mala, todo es verde, no existen las armas.
Me ha llevado ciento ochenta largos años hacer del mundo el mundo ideal que se merecen todos, y el otro mundo; Ganius. tambien va estupendo, por que no hay que hacer del mundo un lugar mejor, hay que hacer del universo un lugar mucho mejor.

lunes, 4 de agosto de 2014

Confesiones de un sicario

Nada... y silencio... así estoy, así me siento, es un vacío... es un... un terrible privilegio. Mi dedo índice dictamina, mi vista elige y marca el objetivo, el fusil y su fría pero ardiente bala hacen el resto.
Qué puedo decir, es una confesión sin iglesia, es un grito interno que solo oigo yo; cada voz de cada una de las víctimas retumba en mi cabeza. Cada grito de dolor. Cada voz suplicando perdón. Todas y cada una de las personas que presencian como otra persona cae a su alrededor y huyen despavoridos.
No tengo más qué mi block en el qué me dan una foto; una localización y descripción y ya tengo tarea que hacer. Finalizo el trabajo, me firman un cheque; y así noventa y seis veces más.
No me gusta hacerlo; mancharme las manos de esa manera, pero no tuve más remedio. Por más estudios que uno tenga, por más conocimiento que pueda tener, no hay salidas de trabajo.

Quería creer que podía hacer algún trabajo que otro y ya está, pero no es así; cuando ves una cantidad grande de dinero encima de la mesa nadie dice que no a esa considerable ganancia. Así que seguí, me desahogo escribiendo esta nota, mi vida no deja de ser gris cuando yo buscaba color. Siempre me miento diciéndome a mí mismo; esta bala es la última, esta bala es la última... y aquí estoy aún, después de noventa y siete veces.
No tengo derecho a hacerlo;"a quitar la vida. No soy un dios o un demonio, soy un vulgar asesino a sueldo que con buena puntería y sangre fría convierto personas en cadáveres.
Fui al médico hace tres semanas; me dijeron que tenía iniciación a la enfermedad de parkinson, y siendo sincero; me alegré.
"Así no podré quitar vidas". Pensé en ese momento, así que me puse en contacto con Isaac; un cerdo sin escrúpulos qué es quién me da mis trabajitos. Es duro, la verdad es que hay que tener muy poco estómago para cambiar vidas por talones firmados. Fui a su casa, me encargó matar al soplón que le metio en el trullo. Le dije qué sería mi último trabajo; él y sus guardaespaldas se reían, y dijeron; claro que sí David, no tardes en volver.

Esta vez iba en serio, de hecho ya empezaba a tener tics de esos malditos temblores, comenzaban con un cosquilleo en mi cama; en las manos y en el cuello. Estirándome de el.

Cuando fui al trabajo, subí a un valcón elevado; con una vista amplia. Me costó mucho trabajo montar mi Barrett; un fusil de precisión milimétrica que me acompañaba en cada trabajo. Se puede decir que esa pequeña sanguinaria y yo éramos marido y mujer, y cada disparo que salía por su ajustado cañón era una noche de pasión.
Este iba a ser mi último trabajo. No tenía dudas. Había ahorrado lo suficiente cómo para irme lejos, montar un par de negocios y vivir de ellos, pero todo fue muy rápido. Ésa niña, en ese momento, joder... mi objetivo estaba lejos. Mis manos temblando, no era dificil hasta qué, cogió en brazos a su hija, y con ella bailando vestidita de princesa se movía de un lado para otro. "maldita sea". Pensé.
El trabajo hay que hacerlo, sí o sí. No se puede dejar para otro día, la fecha de entrega es casi inmediata; perseguir a la persona, saber dónde vive, lo qué hace, y finalmente mandarla al otro barrio. En fin, una serie de pautas que hay que seguir. Debido a que estaba enfermo y no quería perder el tiempo yo empecé por la última pauta. No sabía nada de él, nada. Sólo que esa pequeña era su hija, eso me dijeron; me enseñaron fotos de él, de la niña, y de su mujer. Esta vez no conocía el motivo de por qué iba a matarlo, pero no podia demorarme; el parkinson afloraba cada hora más asi que simplemente fui hasta su dirección, y como dije antes. desde novecientos metros; una vista amplia; preparé mi fusil. temblaba mucho, la enfermedad avanzaba rápido, mi corazón latía, es lo único que oía. Respiro hondo... aguanto la respiración, destapo la mirilla telescópica. El objetivo está quieto. Sólo quiero ver su bala en su corazón y largarme de aquí.
Voy a disparar pero coge a la niña de nuevo, así que aparto un poco el dedo del gatillo. Mi mano tiembla ahora más que antes, quiero sacar el dedo con cuidado pero mirando por el objetivo.
De repente, y para mi desgraciada sorpresa; mi Barrett y mi enfermedan me hacen una mala jugada. "el seguro estaba puesto, el seguro estaba puesto".  No dejaba de repetírmelo mentalmente. Debe habérsele quitado accidentalmente.
Amplío la vista por cien. Un sudor frío recorre mi frente, un escalofrío acaricia mi espalda; había matado a esa princesita, los remordimientos me comen en todas y cada una de las víctimas. Pero ésta... Ésta era la gota que colmaba el vaso. Esa pequeña e inocente niña.
Me odio... me doy asco. Me golpeo a la vez que me maldigo y lloro en silencio.

Pasaron dos días y fui a ver a Isaac que estaba muy enfadado; me echó la bronca con sus dos matones a sus espaldas. Amenazaba con matarme; que lo hagan... es lo que quiero. Soy capaz de soportar un tiro en la boca, pero no soporto que me diga que he matado a esa maldita niña. Insultándola no llegará lejos; no soporto que hable así a una niña que ya cría malvas por mi culpa. Sin parpadear ni inmutarme mas allá de mis temblores saco mi Desert Eagle y los mato a los tres.

Vuelvo a casa y anduve pensando en el camino que el panorama era el que era, o me pilla la pasma o los socios de Isaac. No tengo salida, y si la tuviese no quiero que me abran o me digan dónde está la puerta. Abro mi casa. Fría y sola como me siento yo. Llamo a la policía y confieso cinco muertes después de dejar escrita esta nota; la muerte de la pequeña princesita. La de Isaac, la de sus dos matones, y la quinta y última; la mía.
Dejo mi dirección y un bote de treinta pastillas circula por mi estómago. Pensándolo bien... Después de haber matado a tantas personas a cambio de dinero... ¿Ha valido la pena? Las pastillas circulan por mi interior... Pero prefiero volarme los sesos. Cojo mi Desert Eagle, pongo el cañón en mi boca y ese disparo... Ese disparo es mi pasaporte al infierno.

No es el fín que quería, con tan sólo treinta y siete años; pero sí es el fin que merezco por quitar la vida a una niña de cuatro años. Espero que si hay algo ahí arriba, me trate con dureza el día del juicio final.

   David Ackerman. Sicario Profesional.