martes, 31 de marzo de 2015

Lágrimas en la almohada.

El sabor de su boca... La miel que desprendían en cada beso sus labios, el ardor de su cuerpo bajo las frías sabanas, que se envolvían en su calor. El calor de su aliento, el roce de sus brillantes cabellos entre mis dedos cada vez que la hacía mía cada noche... Su sonrisa, capaz de derretirme, la curva de su sonrisa mezclado con el rojo de sus labios y el reluciente blanco de sus dientes, que dejaba entrever sus rosadas encías perfectas para mí...
Sus dedos, cada detalle en ellos, cada detalle de ellos. Recordar el placer de sus caricias, cada contacto de sus manos; frías o cálidas, era realmente perfecto y recordar cada detalle, cada secreto que podía esconder en su mirada, cada mejilla sonrojada, cada sonrisa escapada y cada suspiro de amor por ella...
Cada suspiro que ahora son puñales, puñales que me hieren y me matan por dentro, me dañan por saber que ya no será mía. Me duele por que ella ya no está, ella se ha ido presa fácil de su enfermedad, la muerte me la arrebató en esa noche en la que se sentó a cenar con nosotros. Yo tranquilo pero nervioso, ella tosiendo sangre y dibujando un río rojo por su barbilla hasta caer desplomada en esa cena en la que hubo un tercer invitado inesperado; el Hepatitis C.
Invitado por excelencia de la sanidad, enviado directamente por los ministros de salud, de sanidad y de economía; culpables de haber subido el precio tan elevado de las medicinas necesarias para esta tan cruel enfermedad... Es por eso que lloro cada mañana, al no verla a mi lado despertándome a besos como de costumbre. Es por eso que derramo lágrimas cada noche en la almohada al recordarla y no tenerla abrazándome, llenando el hueco vacío que deja mi cuerpo sin ella al otro lado del colchón, del frío colchón que no tiene más que lágrimas y llantos olvidados.
Es por eso que veo los días negros, oscuros y apagados aunque el sol brille intensamente, es por lo mismo que bebo cada noche hasta sentirme un cobarde por no hacer nada y quedarme llorando de brazos cruzados cada día hasta que la herida cierre, hasta que el corazón se recomponga; tarea dificil pues no dejo de verla en cada momento, en cada recuerdo, en cada detalle, en cada foto de los marcos que he puesto boca abajo y de los cuadros que he dado la vuelta. Aún así la recuerdo, como una vela intensa; brillando. Luciendo. Dándole calor a mi fría vida... Y cada día la cuesta arriba se hace mas larga, mas dificil llegar a la cima del olvido, mas dificil pues al verme a mi mismo en el espejo, al ver mi cuerpo, veo sus marcas, veo sus besos en mi cuello, en mi boca, veo sus caricias en mi pecho, en mi cara, sus dedos aún siguen entrelazados en los míos, sus piernas siguen rodeando mis caderas, su olor tan dulce está en mi armario, en toda mi ropa, en mi nariz llamando y diciendo: sigo aquí no me he ido de tu lado... Y a veces pienso que ojalá fuera verdad que siguiese aquí... Al tratar olvidarla más pienso en ella, y cuanto más pienso en ella más lloro cada noche en la almohada. En la mojada almohada de lágrimas derramadas por la mujer de mi vida... Pienso que yo fui el hombre de su... De su muerte.
Justo antes de morir tosió entre mis brazos y me dijo:
"te quiero".

Seguiré luchando con ese "Te quiero" tatuado en mi alma, con tinta de tu sangre... Por que yo también te quiero.

Fabián Hernández.
15 Julio 2015.

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