Una vez alguien me dijo que para entender la vida, primero debía leer el pequeño libro, y luego el gran libro, me dijo eso mientras secaba mis lágrimas con un pañuelo entre sus dedos pulgar e índice, ese alguien, fue Salvador. Ese consejo, a mi temprana edad me pareció algo extraño. Un consejo vanal y de poca utilidad. Luego, a medida que iba creciendo entendía un poco esa paradoja. Me llamo Idrís, y soy musulmán, lloraba porque mi padre me había castigado. Mi padre, cuando yo era solo un crío me ponía a leer durante largas horas el corán, el libro sagrado del Islám. Mi hermana que pasaba un poco de la religión de mis antepasados, dejó de ponerse el velo y comenzó a juntarse con jovenes de la localidad y a traer a casa a sus "amigos".
Pasaron algunas semanas y un amigo de mi hermana Dalila, que se llamaba Salvador, el que antes mencioné, me vió leer el Corán. Se acercó a mí y me dijo: "¿lees el corán por voluntad propia?".
A lo que le respondí sin levantar la vista del corán: "No, mi padre practicamente me obliga". Entonces fue cuando me dijo que primero debía leer pequeño libro para a medida que fuese creciendo leer el gran libro. A lo primero no lo entendí.
Sentados en la mesa a la hora de cenar se escuchaba la tele, cogí el mando y la apagué. Se quedaron mirándome y mi padre dijo: "¿qué? ¿Por que has quitado la tele?".
"No crees que debería empezar por leer primero el pequeño libro" dije yo. Se hizo una pausa en la mesa y mi padre dijo: "¿qué pequeño libro?", me dijo con la cuchara en la mano.
"No lo sé, me lo ha dicho Salvador" respondí yo con mis ojos fijos en la sopa.
"Es una tontería, Idrís, ¿por que te ha dicho eso?" Dijo bebiendo un trago de agua.
"Por que me vió leer el Corán sentando en la escalera, que no es un libro precisamente pequeño".
Se hizo una pausa permanente, y mi padre, casi ignorándome, seguía cenando, tomó el mando de la tele y la encendió.
Me ignoró como quien ignora a un perro en la calle, mi relación con mi padre no era exactamente buena.
Yo me tumbaba cada noche en mi cama rezando a Alá durante un largo rato, veía que no escuchaba mis oraciones, y el ejemplo de mi hermana me llamaba la atención, como los peces al ver un gusano atravesado en un anzuelo. muerden sin saber que eso es peligroso para ellos.
Acudía a la mezquita, y ese mismo año, exactamente en un mes, mi familia -menos mi hermana- iríamos a la Meca, a la peregrinación por primera vez para mí y mi padre y la segunda de mi madre. A pesar de qué estaba contento y tenía amigos en mi lugar de culto a Alá, si mi hermana no iba, yo tampoco quería ir, ni a la mezquita, ni a la Meca.
Mi padre, que es un hombre severo y de conciencia cerrada, de pensamientos retrógrados, enseguida culpó a Salvador de estar corrompiendo a mi familia. A lo que este alegó, que todo lo que decía eran unas simples paradojas que cada uno interpretaba de diferente manera. Cosa que mi padre no entendió y se metió en casa enfadado, refunfuñando y diciendo tacos entre dientes y cerrando la puerta tras de sí.
Salvador creía en la ciencia y en la medicina, dice que la ciencia ha descubierto más avances en cuanto a información y la medicina en cuanto a curas y fármacos para darnos mas salud y mas vida. <<la ciencia y la medicina han hecho mas en 100 años que la religión en milenios>>
Dice que su fe no cabe en un libro y por nada en el mundo cambia esos ideales.
Yo soy un lienzo en blanco que Salvador pinta. Salvador ya no está con mi hermana, pero son amigos. A pesar de que sólo tengo doce años y de que Salvador me dobla la edad, quedamos muchas tardes para hablar y a cada palabra que brota de sus labios, describe una paradoja casi nacida de la nada. Habla de religión, de ética, de moral, de vida, de muerte, de lo qué es y de lo qué no es correcto según sus ojos.
Sus paradojas me han cambiado y se han hecho una plasmada realidad. Cada Sábado, antes de despedirme de él por la noche, me deja un libro, un libro pequeño lleno de historias y paradojas de lo más bonitas. Está el de un pirata que quería encontrar tesoros, el pirata se llama Capitán Bin y con su barco "Ojos de Angel" y su tripulación, saquean y beben Ron celebrando ser piratas.
¿La paradoja? Ahora mismo soy un crío y me limito a entretenerme leyendo, no busco las paradojas de una historia tan simple, pero Salvador me las explica; la paradoja de esa historia era no dejar jamás de luchar por lo que uno quiere, el agua del mar, en la historia simplificaba la pureza. Y el ron; la mancha, la corrupción.
Salva cada noche dejaba una nota en el libro explicando las paradojas y poniendome una cuestión: ¿qué camino eligiría en mi vida? ¿La pureza de esas magestuosas aguas, ganandome la vida honradamente luchando por lo qué quiero? ¿o por el contrario eligiría una vida corrupta y manchada optando por el ron en la historia? Yo siempre respondía que quería la vida ejemplar y honrada, por lo que de inmediato entendí que no podía ser político ni abogado ni juez.
Como decía, la relación con mi padre no había sido gran cosa hasta el momento, y no tenía pinta de mejorar. Llegué a casa después de la escuela y él, enfadado con el mundo, y casi sin motivo, me castigó sin poder leer los pequeños libros que me dejaba Salvador, yo siempre había obedecido, hasta ahora. Salvador me había cambiado y yo desobedecí a mi padre, de modo que cuando él escondió los libros, yo procedí a buscarlos y a leerlos, la influencia que ejercía Salvador sobre mí era una maravillosa pieza de dominó, derribando conciencias y derribando los muros de una forma autómata de pensar. Ahora era totalmente libre en cuanto a pensar se refería.
Entré una tarde en su casa y vi en una estanteria de mármol un libro muy grande. "Cuando leas el pequeño libro, pasarás a leer este, cuando entiendas la vida un poco, podrás leerlo"
Así Salva encaminaba mi vida, yo leo esos cuentos que además, están escritos por él. Puede parecer una tontería, pero antes no entendía nada del Corán, solo me ponía a leer sobre Alá y sus leyes divinas y sobre aquella vez que Mahoma fué a la montaña... o no recuerdo como fué. Antes no podía entender nada de lo que leía, pero gracias a las metáforas y paradojas en los cuentos de Salva, ahora entiendo mucho mas -no solo la lectura- sino la vida.
Hablábamos cada día. De la vida; del bién y del mal; de la sabiduría y el conocimiento. Yo estaba convencido de que eran lo mismo. Siempre guiado por las ideas de mi padre que me hizo ver que la sabiduría y el conocimiento eran lo mismo.
-Sabiduria y conocimiento son diferentes.-dijo Salvador- no llamamos sabio a un ordenador por almacenar muchos datos. Con todo y eso, ambas cualidades están relacionadas. pero son diferentes.>>
Cada palabra que emanaba de sus labios me acercaba mas a la perfección para entender la vida. Quería vivir con esa clase de ideales en mí. Sabiéndolo todo y a la vez no creyendo saber nada. Ser como un gran nadador que nada lentamente para disfrutar de un buen chapuzón.
Llegaba una serena tarde de miércoles, de esas tardes que la desgana y la falta de afán ocupan la mayor parte del tiempo y el tic tac del reloj es el único sonido que quiebra el silencio. Una tarde de lectura en mi cuarto leyendo sobre un hombre que trabajaba mucho y otro que no hacía nada, que estaba todo el tiempo tumbado en el sofá. Como lo estaba yo en ese momento. Y una cuestión en forma de paradoja al final del libro, como en cada libro que leía escrito por Salvador.
"Inteligente y Listo". Esas dos palabras aparecían en el final como paradojas.
<<no lo entiendo, Salvador>> le dije cuando le vi.
"¿Qué no entiendes?" Me dijo él.
Le expliqué que no veía la paradoja ni la metáfora en las palabras; inteligente y listo. Él sonrió y comenzó a explicarme la diferencia y el parecido, logrando así una paradoja:
Inteligencia; paradogicamente hablando la persona inteligente, es sabia, pero no es lista. el inteligente es sabio y mañoso. Al saber hacer muchas cosas debido a su inteligencia, es esclavo del trabajo, de su inteligencia. Trabaja en más de una cosa debido a que es mañoso e inteligente, se consume en su trabajo. Por lo tanto es inteligente; pero no es listo. Esa es la diferencia y a la vez el parecido.
La persona lista, tal vez no sea inteligente. O tal vez si, pero prefiere callarse todo lo que sabe hacer y estar tumbado en el sofá. No es pereza. No es una persona vaga. Es una persona lista pues prefiere callarse lo que sabe y disfrutar de una vida tranquila haciendo solo un trabajo y no varios; como las personas inteligentes, que eran esclavas de su trabajo. He aquí la diferencia y el parecido de Inteligente y listo.
Salvador era una persona tan lista. No inteligente (o al menos que yo sepa) que todo lo que decía, para mí era perfectamente real. Aunque dijese que las cebras son negras con rayas blancas, yo, sería capaz de creerle. Pues la credibilidad con la que se expresaba, moviendo sus manos y ejerciendo influencias, era perfectamente influyente en mí.
Un día llegó a casa, (ya teniendo una relación pasable con mi padre) y saludó a todos brevemente mientras estábamos reunidos a la mesa comiendo. Yo me permitía el lujo de comer jamón sin que mi padre me castigase. Le dije que no quería seguir siendo musulmán. Y esto se debe a que una tarde, Salvador me dejó un libro de un niño que era católico y veía mucha falsedad en su religión, y que decidió prender fuego a la iglesia donde acudía con el padre Sánchez dentro. ¿por qué lo hizo? Digamos que al padre Sánchez le gustaban demasiado los niños. Esa paradoja si la entendí. El fuego, padarogicamente significaba la libertad, y la iglesia, o lugar de culto, era una cárcel. De modo que tenía que pensar que era fuego, libre como una llamarada, como una llama empujada y decorada por el aire que buscaba su libertad y se alejaba de esa cárcel que la impedía pensar por si misma, yo era la llama.
Salvador me explicó que si a un niño, desde pequeño le enseñas y le metes en la mente que... por ejemplo una maceta es tu dios y haces hincapié en recordárselo cada día, el niño, acabará adorando a esa maceta. De la misma forma pude entender lo que quería decirme. Que tenía que buscar mi camino y no dejarme guiar por nada ni nadie. Dejé la religión pero pude llegar a ser mejor persona. Pues la enseñanza moral a la que Salvador me exponía era maravillosamente buena.
Un día le dispararon en el torax... fuí a verlo al hospital, estaba muy grave. Apenas podía hablar y había perdido mucha sangre... después de todo no era más que un humano, a pesar de ser una gran persona. A pesar de ser el príncipe de las paradojas. Yo lloraba sentado a su lado en la cama del hospital. Salvador me confesó que el niño que prendió fuego a la iglesia, había sido él cuando no era más que un crío. Me dió el gran libro que traía en la mochila de cuero marrón que estaba en la silla a su diestra de la camilla... y decidí guardarlo para leerlo mas tarde.
No supe por qué le dispararon, a mi entender él no tenía enemigos ni contrarios. Pasó esa noche en la cama del hospital y murió a la mañana siguiente... lloré como nunca antes lo había hecho le enterraron y a pesar de que ya no era musulmán, recé por él a Alá, pidiendo que lo tuviese en su gloria, y que allá donde vaya, sea una gran influencia para otros, en un cielo, o paraíso, o limbo. Ya era hora de leer el gran libro, se puede decir que ya entiendo la vida lo suficiente gracias a Salvador.
vaya donde vaya, él seguirá siendo el príncipe de las paradojas. Ha pasado un mes. Comienzo a leer el gran libro, con mi padre escuchando las historias del príncipe de las paradojas, nuestra relación ahora es realmente genial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario