Tengo ochenta y dos años. Me llamo Sebastián.
Tuve una infancia difícil, trabajando mucho. Demasiados sacrificios, demasiadas noches sin comer...
En mi época había demasiada hambre, no es cómo ahora que todo marcha más o menos bien. Antes bajo el mandato de Franco, España andaba sumida en la mas profunda miseria.
Dediqué gran parte de mi vida a tocar instrumentos por la calle; en Gran Vía el frío dejaba mis manos heladas, y por contraposición en Plaza Nueva de Sevilla las altas temperaturas y ese apremiante ambiente de calor nos dejaba cansados y asfixiados de calor a mi mujer y a mí.
Dediqué mi vida a eso, largos años junto a ella y cuidando de mis dos niños y mis dos niñas.
Una tarde de 1963 hacía tanto frío que mi mujer no podía darle el biberón a mi hija, la que ahora es la mayor. Era algo frustrante... No podía darle el biberón pues por más que calentaba la leche no pasaban dos o tres minutos y ya estaba fría.
En plena calle con la cría en brazos pidiendo la voluntad, la llamada voluntad. Fueron años duros, sobre todo ese frío invierno en la capital de Burgos. Después vino el segundo, y con éste su mellizo, fue una sorpresa agridulce; dulce por que fueron dos niños sanos, fuertes y preciosos. Y agria porque apenas podíamos mantener a la pequeña Andrea cuando aparecieron por partida doble Diego y Raúl.
Las cosas cambiaron. A peor claramente... Toda o casi toda nuestra familia era del mismo gremio. Gente de circo, payasos, domadores, quizá incultos pero personas normales y corrientes. Y respetuosas como las demás. Pero Franco y sus perros sarnosos no entendían de nuestra profesión, que ademas era honrada, y dentro de lo que cabía en aquella época llevábamos toda la parafernalia medio en condiciones. A pesar de apenas saber leer casi todos teníamos carné. Eso sí, de cinco o seis camiones viejos sólo uno tenía papeles al día, pero aún así llegábamos a Madrid, simplemente a buscarnos la vida.
No dio tiempo a empezar a preparar el telón del llamativo circo cuando venían los del tricornio y el caballo y esas apretadas botas negras a echarnos de la zona, que además era una zona bastante pobre, rodeada de chabolas y barrios marginales. Ahora se ve en televisión cómo por algún canal de interés público te enseñan de arriba a abajo las cosas bonitas de el núcleo urbano de Madrid o de otra ciudad, pero no verás como ponen las tres mil viviendas en Sevilla o la cañada en el mismo Madrid.
Y así; dando tumbos una vez tras otra, logramos parar en Pontevedra donde una buena noticia se cubre con otra mala. Al parecer, al ir tocando los instrumentos por la calle y haciendo teatro o circo a cielo abierto, lo que conocemos como "lichas", pues se me acercó un hombre trajeado y repeinado que estaba tomándose una cerveza en el bar enfrente de la acera donde actuábamos. Tras mucho mirarnos se levantó de esa silla y colocándose la corbata se acercó a mí, me extendió la mano y me dijo:
"buenas, quiero hablar con tu jefe".
Le dije que no había jefe. Que esta recortada banda de artistas éramos todos familia. Mis dos primos, sus mujeres y sus niños. Mi mujer, mis niños y yo. Aquel hombre estaba interesado en llevarme a una compañía de teatro que se extendía por España y por cuatro países cercanos. No me lo pensé demasiado, esa era la noticia buena.
La mala es que sólo quería que yo me uniese a la banda teatral que estaba preparando, decía que mi mujer no podía venir ya que estaba embarazada, así que esta vez tampoco me lo pensé demasiado. Le dije que no, a sabiendas de que era un sueldo bastante tentador. El hombre quedó insatisfecho pero con curiosidad me preguntó:
"¿Por que si ella no va, usted se niega?".
A lo que le respondí que la familia es más importante que todos los tesoros que uno pueda tener. El hombre me miró con su mano apoyada en mi hombro. "¿Tiene frío?". Me dijo.
"Sí, un poco". Le dije yo.
Me dio su bufanda roja. Estrechó mi mano y me dijo "Buen hombre, que le vaya bien y que tenga usted buenas tardes todos los días de su vida".
Le dí las gracias por la bufanda y por la oportunidad que casi cojo, pero como pez en el agua solo vi el anzuelo. No llegué a morderlo.
Ya nació la pequeña Adriana. Llamada como su madre. Pero seguíamos en lo mismo. Es más, incluso con más localidades en las que actuar, pero siempre igual; frío invierno, cálido verano, con sus dos estaciones reguladoras de por medio, el otoño y la primavera, en la que mi primo José cogió la costumbre de llegar cada día borracho a su casa... Bueno, a su camión. No cumplía con su parte, el era el faquir: el que se prende fuego la piel y pisa cristales y clavos entre otras cosas. Así que la gente se quedaba sin esa parte y la tenía que rellenar yo con dos perros que había adiestrado para que saltasen por unos aros y pasasen por debajo de mis piernas, mi hija Andrea ya con once años ya pasaba el plato, es decir pedía la voluntad a las personas que asistían a ver el humilde espectáculo.
Pasaron unos meses y mi primo José, tiene un accidente de coche. Iba ebrio. Para su fortuna sale vivo de esta pero queda en silla de ruedas, ya tengo otro número de circo que cubrir, me hago faquir para cubrirle a él mientras mis mellizos ya cumplen los doce y Andrea los catorce. Andrea ahora se decanta por tomar en serio sus estudios y se va con mi hermana Loli a vivir temporalmente para estudiar, quiere ser de todo menos farachera, así nos llamamos los artistas. Dice que no quiere ser como yo. Que con tan solo catorce años tu hija te diga eso le provoca a uno un dolor interno que no se explica con palabras... Lloro amargamente. A escondidas claro está. Me debo a mi público y hay que hacerles felices aunque uno no pueda con su dolor. Paradojas...
Los mellizos aún siguen con nosotros y ellos solos se preparan un número acrobático de saltos mortales que hace dejar boquiabiertos a la gente de cada pueblo que visitamos.
Pero así también, pasan unos años y pisamos Jerez, Andrea ya va a entrar en la universidad y no quiere saber nada de su madre y su padre, ahora se junta con gente que creen ser de alta alcurnia.
Tras unos meses en Jerez, Raúl: mi hijo mellizo me comenta que tiene una novia ahí en Jerez y que le echase la bendición, o le diese permiso para quedarse ahí con ella. Ya tiene dieciocho años... ¿Qué puedo hacer?... Que siga su camino y si se equivoca allá él. Me llevo de él un beso en la mejilla y un abrazo; lo mismo que a su madre.
Buscamos un ayudante para Diego, mi otro mellizo, pero este también me comenta que se va a Francia a la vendimia y de ahí a ganar lo suficiente para ir a un casting de un circo francés. No se qué del Soleil. Así que mi mujer y yo nos quedamos prácticamente solos con Adriana que tenía ya once años... ¡Cómo pasa el tiempo!
Nos unimos a dos familias conocidas, a una familia de Gitanos Portugueses y a otra familia que si era de nuestra misma sangre. Una prima segunda con su marido y tres niños. Vuelve a crecer la compañía teatral, con lo que ganamos lo suficiente en tres años para comprarnos una casa en Pontevedra.
Pero no es una casa... Es más que eso. Un techo, un hogar, una casa sencilla pero era nuestra, pasamos de ir en camiones, a ir en caravanas, a estar en una casa. Aún así a un farachero le tira más la sangre que los lujos, y seguí guardando la caravana.
Para mí los lujos... Para mi no eran más que tener un grifo de agua caliente para bañarnos, luz y gas para no tener que cocinar en calle y una cama para mi mujer y para mí solos a la luz de una chimenea. Eso era para nosotros los lujos.
La pequeña Adriana dormía en otra habitación y quería reunirse con todos los hermanos para comer en casa. Cogió dinero para ir a una cabina y llamarlos. Adriana vino destrozada. Dijo que Andrea estaba de exámenes finales y no tenía tiempo, que Raúl estaba de subdirector en una empresa de aceites de Jerez, y que estaba atareado, y la mujer de Diego cogió el teléfono y le dijo que ya estaba de gira por Europa con ese famoso circo. Le dí un abrazo y le dije que si ellos iban a su bola ella también lo hiciese. Cargué mi carro con mi órgano eléctrico y un par de altavoces viejos para irme al centro de la ciudad con mi amigo, el gitano merchero y el marido de mi prima, a tocar un poco. Hace frío, no demasiado pero me pongo mi bufanda roja, la de la suerte, esa que me dio ese hombre de ese mismo pueblo, y seguimos caminando hasta llegar. Comenzamos a preparar el cableado de los altavoces al órgano, una trompeta y una pandereta que lleva mi amigo el merchero, después de dos horas ahí, vamos a ir a otro sitio y mientras estábamos recogiendo se acerca un hombre que me dice: "Espero que te haya servido esa bufanda despues de tantos años".
Y allí estaba de nuevo cómo ángel ayudante. Comenzamos a hablar a solas, sobre la familia, como iban las cosas, sobre la política. Varios temas combinados de dos o tres cafés que tuve la cortesía de pagar, el hombre no se andaba por las ramas. Dice que quiere representar mi carrera ahora más que antes.
"Iluso". le llamé, yo ya estaba acabado pero ese hombre insistió, lo consulté con la almohada y con mi mujer. El hombre nos lo pagaba todo; casa en Madrid, se encargaba de mi carrera... Me dediqué en breve al teatro, de actor cómico de teatro, aquel hombre creía en mí, y yo como pececillo, esta vez si mordí el anzuelo.
En la brevedad de tres años mi nombre llegó a ser conocido más allá de las fronteras ibéricas con el estreno de la obra de teatro "Mi bufanda roja". escrita, dirigida y compuesta por mí mismo. Qué más tarde se llevaría a la gran pantalla.
Aquel hombre creyó en mí así que cuando gané dos Goya ese mismo año por esa producción agradecí a él mas que a nadie el haber llegado hasta aquí hoy.
Felicidad... Es una palabra fácil de pronunciar y difícil de hacerla brotar. Mi mujer fallece a causa de un derrame cerebral dos años después de que Adriana decidiera irse a vivir sola con dos amigas estudiantes, a pesar de que vive con sus amigas pasaba más tiempo con nosotros. En el entierro estamos congregados un montón de familiares, incluso mis otros tres hijos, los mellizos y Andrea, vienen, me dan un beso y el pésame. Tiran una simple rosa al frío hueco que deja ver la tumba cuando se dirigen a Adriana. Esta le da las espaldas, después de tantos años no son sus hermanos, ni son mis hijos, yo solo tengo a Adriana de hija. Ellos no son mis hijos, sus mujeres no son mis nueras y sus hijos sintiéndolo mucho no son mis nietos. Sólo tendré nietos cuando Adriana tenga hijos, sólo tendre yerno cuando ella decida casarse.
A pesar de que está estudiando decide dejar de vivir con sus amigas para venirse conmigo, no quiere dejarme sólo en estos momentos, me anima y me ayuda mucho con su sonrisa, es la viva imagen de su madre, me llena de paz tenerla aquí ayudándome, colaborando en ayudarme con las obras de teatro que quiero preparar para la proxima temporada.
Pero lamentablemente... No habrá próxima temporada. Al menos para mí, me diagnostican cáncer. Y paso el resto de mi vida jubilado y haciendo cosas de viejo, eso sí ayudado durante casi dos décadas de mi hija Adriana que se ha titulado de médico forense. Me ayuda cada día a hacer mis cuatro cosillas.
A diario toco el piano, pinto y sobre todo, la partida de dominó con los amigos de la compañía, día tras día que parece copia del anterior pero aún así tengo mi tiempo para viajar con Adriana a conocer otros países o a llevarla a zonas donde yo me ganaba la vida.
La vida, ya esta mas que ganada y pagada y ya mismo finaliza mi contrato con ella, me encuentro en el hospital... con suero, cuentagotas, y muy agotado. Abro los ojos con mucho trabajo y la cabeza me da vueltas, distingo ver a Adriana, y poco a poco veo a otras tres personas, mis tres hijos, Andrea, Raúl y Diego, que con falsas palabras y falsos besos esperan impacientes mi muerte para quedarse con mi alargada herencia. Lo que no saben es que ya está todo preparado, todo hablado, desde que me diagnosticaron el Cáncer ordené el testamento para que todas mis posesiones pasasen a Adriana, sonrío un poco para hacerme el simpático, pero se quedaran sin nada, vienen al dinero como la mosca a la mierda, pero ya está todo hecho, Adriana sabe que heredará todo y mientras estos tres desconocidos haciendo la pelota con cara de primos...
Los tigres viejos que presienten el fin son los mas fieros, y mueren peleando. Soy un tigre viendo frente a frente a una camada de tigres hambrientos y violentos y sin duda es mi final... Pero una tigresa saldrá en mi defensa, esa es Adriana que cuando yo haya muerto, más o menos dos días los dejará en jaque a los tres habiendo heredado todo ella.
Perdí a mí mujer y a tres hijos, en cambio gané a una hija que era la viva imagen de mi mujer, y que me cuidó hasta mi último aliento de vida. Mi bufanda roja se la quedará ella, es de un valor sentimental incalculable, solo Adriana llorará mi perdida cuando me haya ido en la brevedad máxima de dos días. Los otros tres... Solamente esperarán hasta estar ante notario para ver si se reparten la herencia, pero tengo la conciencia tranquila. Cierro mis ojos, respiro hasta que pueda y... intento dormir esperando no volver a despertar...
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