lunes, 4 de agosto de 2014

Confesiones de un sicario

Nada... y silencio... así estoy, así me siento, es un vacío... es un... un terrible privilegio. Mi dedo índice dictamina, mi vista elige y marca el objetivo, el fusil y su fría pero ardiente bala hacen el resto.
Qué puedo decir, es una confesión sin iglesia, es un grito interno que solo oigo yo; cada voz de cada una de las víctimas retumba en mi cabeza. Cada grito de dolor. Cada voz suplicando perdón. Todas y cada una de las personas que presencian como otra persona cae a su alrededor y huyen despavoridos.
No tengo más qué mi block en el qué me dan una foto; una localización y descripción y ya tengo tarea que hacer. Finalizo el trabajo, me firman un cheque; y así noventa y seis veces más.
No me gusta hacerlo; mancharme las manos de esa manera, pero no tuve más remedio. Por más estudios que uno tenga, por más conocimiento que pueda tener, no hay salidas de trabajo.

Quería creer que podía hacer algún trabajo que otro y ya está, pero no es así; cuando ves una cantidad grande de dinero encima de la mesa nadie dice que no a esa considerable ganancia. Así que seguí, me desahogo escribiendo esta nota, mi vida no deja de ser gris cuando yo buscaba color. Siempre me miento diciéndome a mí mismo; esta bala es la última, esta bala es la última... y aquí estoy aún, después de noventa y siete veces.
No tengo derecho a hacerlo;"a quitar la vida. No soy un dios o un demonio, soy un vulgar asesino a sueldo que con buena puntería y sangre fría convierto personas en cadáveres.
Fui al médico hace tres semanas; me dijeron que tenía iniciación a la enfermedad de parkinson, y siendo sincero; me alegré.
"Así no podré quitar vidas". Pensé en ese momento, así que me puse en contacto con Isaac; un cerdo sin escrúpulos qué es quién me da mis trabajitos. Es duro, la verdad es que hay que tener muy poco estómago para cambiar vidas por talones firmados. Fui a su casa, me encargó matar al soplón que le metio en el trullo. Le dije qué sería mi último trabajo; él y sus guardaespaldas se reían, y dijeron; claro que sí David, no tardes en volver.

Esta vez iba en serio, de hecho ya empezaba a tener tics de esos malditos temblores, comenzaban con un cosquilleo en mi cama; en las manos y en el cuello. Estirándome de el.

Cuando fui al trabajo, subí a un valcón elevado; con una vista amplia. Me costó mucho trabajo montar mi Barrett; un fusil de precisión milimétrica que me acompañaba en cada trabajo. Se puede decir que esa pequeña sanguinaria y yo éramos marido y mujer, y cada disparo que salía por su ajustado cañón era una noche de pasión.
Este iba a ser mi último trabajo. No tenía dudas. Había ahorrado lo suficiente cómo para irme lejos, montar un par de negocios y vivir de ellos, pero todo fue muy rápido. Ésa niña, en ese momento, joder... mi objetivo estaba lejos. Mis manos temblando, no era dificil hasta qué, cogió en brazos a su hija, y con ella bailando vestidita de princesa se movía de un lado para otro. "maldita sea". Pensé.
El trabajo hay que hacerlo, sí o sí. No se puede dejar para otro día, la fecha de entrega es casi inmediata; perseguir a la persona, saber dónde vive, lo qué hace, y finalmente mandarla al otro barrio. En fin, una serie de pautas que hay que seguir. Debido a que estaba enfermo y no quería perder el tiempo yo empecé por la última pauta. No sabía nada de él, nada. Sólo que esa pequeña era su hija, eso me dijeron; me enseñaron fotos de él, de la niña, y de su mujer. Esta vez no conocía el motivo de por qué iba a matarlo, pero no podia demorarme; el parkinson afloraba cada hora más asi que simplemente fui hasta su dirección, y como dije antes. desde novecientos metros; una vista amplia; preparé mi fusil. temblaba mucho, la enfermedad avanzaba rápido, mi corazón latía, es lo único que oía. Respiro hondo... aguanto la respiración, destapo la mirilla telescópica. El objetivo está quieto. Sólo quiero ver su bala en su corazón y largarme de aquí.
Voy a disparar pero coge a la niña de nuevo, así que aparto un poco el dedo del gatillo. Mi mano tiembla ahora más que antes, quiero sacar el dedo con cuidado pero mirando por el objetivo.
De repente, y para mi desgraciada sorpresa; mi Barrett y mi enfermedan me hacen una mala jugada. "el seguro estaba puesto, el seguro estaba puesto".  No dejaba de repetírmelo mentalmente. Debe habérsele quitado accidentalmente.
Amplío la vista por cien. Un sudor frío recorre mi frente, un escalofrío acaricia mi espalda; había matado a esa princesita, los remordimientos me comen en todas y cada una de las víctimas. Pero ésta... Ésta era la gota que colmaba el vaso. Esa pequeña e inocente niña.
Me odio... me doy asco. Me golpeo a la vez que me maldigo y lloro en silencio.

Pasaron dos días y fui a ver a Isaac que estaba muy enfadado; me echó la bronca con sus dos matones a sus espaldas. Amenazaba con matarme; que lo hagan... es lo que quiero. Soy capaz de soportar un tiro en la boca, pero no soporto que me diga que he matado a esa maldita niña. Insultándola no llegará lejos; no soporto que hable así a una niña que ya cría malvas por mi culpa. Sin parpadear ni inmutarme mas allá de mis temblores saco mi Desert Eagle y los mato a los tres.

Vuelvo a casa y anduve pensando en el camino que el panorama era el que era, o me pilla la pasma o los socios de Isaac. No tengo salida, y si la tuviese no quiero que me abran o me digan dónde está la puerta. Abro mi casa. Fría y sola como me siento yo. Llamo a la policía y confieso cinco muertes después de dejar escrita esta nota; la muerte de la pequeña princesita. La de Isaac, la de sus dos matones, y la quinta y última; la mía.
Dejo mi dirección y un bote de treinta pastillas circula por mi estómago. Pensándolo bien... Después de haber matado a tantas personas a cambio de dinero... ¿Ha valido la pena? Las pastillas circulan por mi interior... Pero prefiero volarme los sesos. Cojo mi Desert Eagle, pongo el cañón en mi boca y ese disparo... Ese disparo es mi pasaporte al infierno.

No es el fín que quería, con tan sólo treinta y siete años; pero sí es el fin que merezco por quitar la vida a una niña de cuatro años. Espero que si hay algo ahí arriba, me trate con dureza el día del juicio final.

   David Ackerman. Sicario Profesional.

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