Hoy, después de esperar los atascos de Manhattan durante treinta años. Después de tomar miles de taxis durante treinta años. Y Después de cientos de informes y de miles de cafés durante treinta años, hoy, me jubilo de mi trabajo.
Me llamo Freddy Cameron, y tras treinta años en los servicios de periodismo en el World Trade Center, en la torre dos, (más conocidas como torres gemelas) ya hoy por fín me jubilo.
Muchos años prestados y varios premios ganados, entre ellos dos premios pulitzer. Voy de camino a mi último día de trabajo, y como cada día me levanto a las seis de la madrugada, suena el despertador que despierta a mi mujer, que se queda dormida cuando yo lo apago, me levanto de la cama, me acerco a ella y la beso en la mejilla. Cambio mi abrigado pijama azul cobalto por mi traje negro oscuro con mi camiseta gris y mi corbata negra, pero antes toca darse una ducha rápida mientras pienso que es mi último día de trabajo.
El agua caliente cae sobre mi nuca y bajando por mi espalda y yo sigo cavilando, se me escapa una sonrisa mientras mi cabeza vuela libre, libre como soy después de este día de trabajo, ahora podré hacer lo que siempre he querido: recorrer europa con mi mujer, ir y conocer lugares mágicos de España, Inglaterra, Alemania... dicen que Sevilla es un buen destino para empezar, o eso me dijo Joe, el joven becario que había estado en España.
Salgo de la ducha. Me miro al espejo, y esbozo una sonrisa. Veo mi cabeza, abundante en canas. No soy el de antes, pero sonrío. Apenas treinta años me separan de aquel Freddy Cameron que se miraba al espejo y era fuerte, más joven, y sin canas. Tengo 66 años, y ya como reconocido periodista, mi carrera se acaba de una forma muy feliz para mí, yo salgo de mi trabajo y a Joe le dan mi puesto. Bueno, le doy mi puesto, hablé con Steve que es el jefe, y le dije que mi puesto sería para Joe. No puso peros, he sido su mano derecha durante diecinueve años y sabe bien lo que hago. Dejo las cavilaciones a un lado y vuelvo al mundo real donde me veo en el espejo y cada arruga se refleja en mi cara desnuda, mis cejas se van volviendo blancas y mis manos más arrugadas y de grises y pronunciadas venas. La comisura de mis labios toma arrugas y mis ojos tienen las llamadas patas de gallo, mis párpados casi caidos por el sueño y mis pestañas casi cerradas, que al contacto con el agua fría del lavabo se cierran más y se empapan en agua. Ése día, es mi último día de trabajo y me despediré de mis compañeros y de todos los amigos que allí tengo, me echaran de menos, lo sé. Les echaré de menos, también lo sé. Pero ahora toca disfrutar en familia de viajes, descansos a largo plazo, y una buena paga vitalicia que la misma empresa sustenta debido a tanto trabajo y tantos años de servicio cómo periodista.
Cojo la cuchilla, para afeitarme voy sin prisa y con precisión, buena cuchilla, regalo de cumpleaños de mi hija. No evita que me genere pequeños cortes, pero veo la sangre salir por la barbilla y sonrío, no sé por que, pero me da por sonreir.
Corto cuadraditos de papel higiénico que pongo en mi cara despues de aplicarme el after shave y paso a vestirme. Como dije antes, cambiando mi acogedor pijama por el elegante traje. Es mi último día de trabajo y tal como el primero: quiero estar impecable.
Salgo de casa, con mi maleta vacía, es la primera vez que la llevaré vacía en 43 años de trabajo pero que no tardaré en llenar de fotos firmadas y cartas de mis compañeros dándome una buena despedida. O al menos esa es mi ilusión.
Cojo el taxi como cada mañana, y dentro de este, miro a los lados como otros trabajadores van en esos amarillos taxis con prisa y estrés, me río para adentro y pongo un gesto de satifacción pues para mí, eso se iba a acabar.
Me gusta mi trabajo, estoy orgulloso de haber trabajado en esas hermosas torres y que espero que prosperen felices muchos jovenes, tal como prosperé feliz yo en mis días.
Llego a la oficina llena de luz y de una ténue tranquilidad que dura desde años y que cada mañana me recibe en su abrazo de sosiego y paz y de ese olor a papeles y a café recién hecho acompañado de el aroma de vainilla que desprenden los donuts que cada mañana compra Sara; mi secretaria, qué se acerca para darme la enhorabuena y un beso en la mejilla seguido de alguna lágrima que ambos aguantamos pero que al final no se contiene de escapar y empapar nuestras mejillas.
Salgo fuera, dónde todos esperan con confetti, globos y un cartel con fotos y unas letras enormes que colgaban en el ambiente. "Te echaremos de menos Mercury". Todo son risas y cordiales despedidas, muchas fotos y muchos abrazos. Joe ya ocupa mi lugar y me dice "No te decepcionaré, aunque no prometo superarte"
Lo bueno era que después de ese día sería libre.
De repente y para nuestra sorpresa escuchamos un estruendo enorme. Un choque de altos vuelos. Vemos arder la otra torre, nuestra torre gemela por la ventana. La gente grita y enloquece, inundados en pánico hicieron cundir el miedo en los demás. No entendíamos cómo pudo chocarse de esa manera. Estoy aterrado, mi último día de trabajo y no ha acabado como esperaba. Me dispongo a bajar, todos lo hacemos cómo ovejas a un matadero; asustados y sin rumbo fijo y definido. Una nube de humo tapa el cielo cuando de repente alzo la vista a una ventana y veo entre el reflejo del cristal que se acerca otro avión...ahora tiene sentido, no era un accidente, era un ataque terrorista. No veo pasar mi vida a fotogramas rápido cómo otros dicen. Veo a mi familia y cómo el sueño que teníamos de recorrer europa y de envejecer con mi mujer se hace mil pedazos... Cierro los ojos y veo a mi mujer, lúcida y sonriente... Es mi último pensamiento antes de ser víctima de este ataque terrorista en el 11 de Septiembre, justo el día en el que me jubilaba. Cierro los ojos y pienso en ella.
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